sábado, 28 de agosto de 2010

Erase una vez nosotros #Capitulo 4



Un instante empalagoso





Si analizo el regocijante pasado siento que no era esa misma persona, llamada Annette. Es como si esa niñita huérfana fuera la Anne valiente, la que no tiene miedo decir lo que piensa, aquella que no paraba de correr y que nunca se alejaba de su hermano Caleb por miedo a no volverlo a ver; y ahora simplemente “esa” se quedo en un cajón de recuerdos.

Entre esperar a Peter, el collar que me dejó a cuidar y los problemas emocionales de Kevin, me consumían el corazón. Por lo menos eso era lo que pensaba cada noche, ya que no podía descansar, ocupaba arrullarme con alguien, pero el vivir en una casa que no era la nuestra no facilitaba irme a dormir con Daniel, ya que éste compartía habitación con Michael, el pequeño hermano de Kevin.

Nunca amanecía en la habitación de la noche anterior, siempre regresaba al ático… Todo igual de monótono durante 1 año, increíble ¿no?.

Era absolutamente contrario a lo que estaba acostumbrada, podía describir los cuatrocientos días que habían pasado. Pero después de todo, seguí esperando a qué la felicidad llegara junto a mi preciado Kevin.

A cada latido de mi corazón razonaba lo que ocupaba un lugar en él. No había manera de explicar lo que pasé junto a ellos, todo era una farsa. Me convertí en el maniquí de todos, sin siquiera estar enterada de lo que harían de mí. Al paso de los segundos, sabía que mi vida ya tenía un desenlace.

Este día seria especial, lo sentía, era menos que un presentimiento, y no llegue a esa conclusión pensándolo mucho. Después de tanto tiempo -con cambios de por medio- pude volver a hablar con Jim, hablamos por horas, al final quedamos en vernos en una convención de mangas japoneses en Surrey. Aun persistía el querer volver a ser esa Anne, o más bien Meme.

Traía un cosplay de Yunuki personaje de mi caricatura favorita “Háruko”, una chica con cabello rosa empalagoso hasta el hombro y con copete incluido, un vestido blanco con un tutu de bailarina de ballet y unas tipos zapatillas converses grises. Además de las señas del ocaso, unos espirales de color azul turquesa en la cara que significaban poder y sabiduría.

Bueno, el punto fue que iba vestida de esa forma. Soportaba ser la burla de todos, pero en esta ocasión el tiempo valía oro por lo que decidí irme temprano, en cuanto el supuesto sol diera los primeros rayos.

Bajaba los escalones mientras canturreaba una canción que por alguna razón extraña traía en la mente; hasta que escuché como alguien –ese alguien sabía quién era- se reía. Reconocería esa risa burlona y pesada en cualquier parte.

Dejé que él disfrutara el momento, cuando estuve abajo noté que llevaba consigo unas maletas, eran muchas.

– ¿Te vas de la casa? – me atreví a preguntar, y burlándome de tal situación inconcebible.
– ¿Tú, a donde vas? ¿al circo?
– A Surrey con un amigo.
– ¿Amigos? ¿Los tienes?

Aprendí en ese tiempo del sarcasmo de mi “primo” Kevin. Yo "niña" como él me reconocía actuaba de una forma sumisa pues creo que al conocerlo más se convirtió en un mundo que siempre quería visitar.  No lograba ser la verdadera Anne con Kevin a mi lado, pero tuve un límite.

 Lo ignoré.

– Lo siento –Dijo siguiéndome a la cocina
– Si, como digas sensei– dejé en claro que estaba molesta, jamás le había hablado así. Era yo su mayor fan. Ahora comprendía que si tenía efecto tratar así a los hombres. Kevin me miró fijamente, rara vez me notaba entre todas sus cosas pero después de mi contestación, me quedo más ilustrado porque este chico me volvía una loca.

– Prepárame un café. –ordenó fuertemente.

Hice una mueca, y él me hizo otra diciendo que actuara más rápido que Flash y de inmediato lo empecé a hacer aunque a regañadientes.

– ¿Estás en tus días? ─indagó viendo mis mejillas rojizas.

Abrí mis ojos más que Keroppi sólo que muy indignada, estuve a punto de irme. Este me retuvo agarrando mi muñeca.

─Han sido cosas y no quiero escucharme cursi, niña. ─siguió secamente─ No eres tan mala preparando desayunos, los que hacías antes de que fuéramos al instituto estaban pasables. Y aunque no lo creas bruja, extrañare el silencio de nuestras conversaciones. ─ tartamudeó tanto y lo dijo tan lento que fue difícil entenderle, pero si me quedó claro

Alejé su mano que todavía me sujetaba,  él me miro con cara de perrito triste.

– Y tú que te lo crees –me dijo viendo mi rostro sin parpadear –
– ¿Ahora si me dirás a dónde vas? Me estoy preocupando.
– No tengo muchas ganas –se acostó en la isla viendo hacia arriba y poniendo sus manos en el cuello –

En ese mismo momento tuvo alguien que interrumpir el teléfono, no quería que nadie se despertara por lo mimo lo contesté susurrando las respuestas.

– ¿Está Kevin, Anne? – preguntó la clara voz de Brigitte, la que se convirtió en una compañera del colegio – Dile que lo voy a extrañar

Quería saber a qué se refería, pero con Kevin a un lado, estaba claro que él me arrebataría el teléfono para poder hablar con ella, así que fui al baño para pedirle que me dijera de qué se trataba todo eso. Ella me lo contó, y no dudé en no despedirme, aventé lo que traía en mi mano y fui corriendo a buscarlo. Ya no se hallaba en la cocina.

Así que hice por salir corriendo a buscarlos hasta por debajo de las piedras, pero para cuando ni siquiera puse un pie en el patio delantero, ya me había encontrado con su imagen.

– ¿POR QUÉ NO ME LO DIJISTE? – le reproché a punto de llorar y observando cómo encendía un cigarro.
– Número uno no me hables así, hasta ahora. Número dos no estoy tonto, basta, te haces daño a ti misma.


Como siempre no se hallaba más que las nubes en el cielo, el viento soplando y los arboles moviéndose. Su cabello dorado no sé quedaba quieto y por más que unos simples sentimientos de cariño, no deseaba perderlo.

Kevin se quedaba sin expresión solo inhalando y exhalando el tabaco. Claro, volví a estornudar, no eran aromas agradables para mí.

– Siguen tus alergias ¿eh?
– ¡Idiota! ¿Ahora a quién le haré huevos revueltos en la mañana? –confesé con lagrimas cayendo hasta el suelo.
– Niña –suspiró – Apura tu lado infantil que se nos hace tarde.
– “Se nos hace tarde” – repetí
– El internado militar queda en Surrey, y cómo no conoces bien la ciudad estaría bien que vayamos juntos.
– Entonces –concluí– ¿Me estabas esperando?
– No – dijo secamente –Llévate una de mis maletas.

De ese modo nos fuimos caminando hasta llegar a la estación de tren. Ya había estado en muchas antes, pero todas para pasar la noche durmiendo en una banca. Ahora simplemente pasé jugar un rol diferente.

– ¿Ya habías viajado en un tren? –preguntó mientras esperábamos el susodicho.
– Técnicamente, de Surrey para acá.

Las personas me miraban muy raro, supuse que no estaban acostumbrados a ver mujeres con cosplays de animes.

– No la conozco– les contestaba Kevin alejándose cada vez un poco mas –En serio no la conozco, es una extraña.

Ya me encontraba perturbada y con ganas de sacarle la ignorancia de una cultura muy diferente. Sin embargo tenía mi rostro semi volteado y con la boca abierta cuando éste me aventó su chamarra en la cara.

– Por lo menos para que no te reconozcan.

De inmediato me la quité y se la regresé. Me la volvió a aventar y esta vez me contestó:

– Quédatela, hace algo de frio.

Pensaba responderle con un “gracias” pero en ese mismo momento llegó nuestro tren y tuvimos que subir. Así después volvió el silencio, yo me entretenía moviendo los pies y tarareando esa dulce y lenta melodía sin nombre.

– ¿Es de alguna de tus caricaturas extrañas?
– No me lo creerás, pero no lo sé.
– Eres tan distraída que no lo sabes.
– No exactamente, sino que desde anoche no puedo parar de tararearla.
– Desde que te conozco Miller, te he considerado rara.

“Vino a mi mente “Piensa lo que quieras, mientras pienses en mí”

– ¿De qué te ríes? – preguntó por primera vez en mucho tiempo mirando directo a mis ojos. – ¡PARA, asustas!
– Lo siento – me puse una mano en mi boca, y después de todo no me pude seguir conteniendo. Y no siendo mi intención, finalmente le contagié algo de alegría verdadera, sin sarcasmo – Te ves muy lindo sonriendo. –le comenté. Kevin lo tomó como si dijera lo contrario, endureció su semblante.
– ¡Hola! – sonó al lado del pasillo.

La propietaria del saludo era mas ni menos que una de las muchas que babeaban por Kevin, mucho mayor que él y que yo, pero ella todavía buscaba la oportunidad de entrar en el corazón del chico de ojos verdes.

– Ah –como no queriendo me miró de reojo aguantándose las ganas de burlarse de mi apariencia –Hola, ¿Cómo te llamas? ¡Ah, si! Annette Miller.
– Hola, Megan –le respondí– Un gusto verte.
– También es un gusto – cerró sus ojos supuestamente sonriendo totalmente– Kevin –revoleteó aún parada y jalando el brazo de éste –Tengo tanto que decirte...–otra vez viéndome –… A solas, por supuesto.

Estaba segura, y sin mirar la reacción de mi primo que él se quitaría la bufanda que traía por la sangre que le corría del coraje de tener que soportarla.

– Ve al baño –me contestó en un instante– Anda, que ni Megan ni yo tenemos tu tiempo.

Crucé los brazos pretendiendo haber escuchador mal, pues no creía lo que acababa de salir de su boca, después de tantos chismes sobre todas las personas en Shamley Green, a quién era la más bonita, la más buena niña, la más inteligente, bla bla bla, y Megan ganaba el puesto a la mas lambiscona. Y con creces llevaba ese título.

– Oye, te lo digo de la mejor manera posible, deberías ir al baño pues observo que tú no fuiste capaz al levantarte de mirarte al espejo y ver que garras llevas puestas. Tal vez si te miras, puedas recapacitar.

No me hallaba enojada, hasta eso estaba acostumbrada a gente de su tipo, a lo que no era dejarme denigrar más de la cuenta, por lo tanto me fui antes de que volvieran a correrme. No volví a encontrarme con ninguna de sus caras. Me fui por el pasillo pasando por varios vagones.

Cuanto más me alejaba, menos gente había en los ya mencionados, cuando pensaba en no hallar a nadie en ellos, no volví a ver la luz probablemente fue por el tren que pasaba por un túnel. Deseaba gritar o por lo menos correr, la oscuridad y yo, no nos llevábamos. Así que cerré los ojos y ahí mismo me senté en el suelo. Después por si sola la melodía que seguía sin nombre y autor, sonaba en mi cabeza.

– Te vas a arruinar el tutu – me dijeron dos voces.

Así que abrí los ojos, y me encontré en un vagón sin mucha luz, la suficiente como para ver a medias los rostros de esas personas ya que tenían persianas las ventanas. Ellos parecían ser los únicos allí.

– Me podrían decir dónde está el baño –me atreví a preguntar todavía en el suelo.
– Falta poco para que lleguemos a Surrey. –contestó al parecer una chica rubia leyendo un periódico.
– Levántate, y no es una sugerencia. –dijo el chico igualmente rubio, ellos dos parecían ser mellizos.
– Disculpen –me levanté de un salto –Yo tan solo iba al baño y al parecer me perdí, les agradecería que me dieran informes.
– Soy Zoey y él es Ethan…–siguieron ignorándome.
– Un gusto en conocerlos, chicos.
– Puedes sentarte “chica”. –dijo el supuesto Ethan.

Suspiré y lo volví a hacer hasta que salió un bostezo. Al momento de llegar a la puerta que me dejaba salir del vagón, me di cuenta que tenia seguro y comencé a preocuparme.

– Has esperado un año y no puedes esperar un poco más. – no reconocí la voz pero quise correr.
– Oigan vengo con mi primo y necesito verlo.
– Está bien –afirmó la rubia, no distinguía si era sincera. –Ve con él.

No corrí cuando abrieron la puerta sino que caminé tranquilamente sin girar atrás. Llegué sentándome al lado del asiento donde Kevin estaba. No lo dudé un medio de segundo, recargué mi cabeza en su hombro y le pedí que no dijera nada. Solamente quería descansar un ratito. Y ese rato se convirtió en todo el recorrido en el tren.

– Niña, ya llegamos. –avisó

Estirando los brazos y sonriendo fue como me despertó, yo le ayudé con dos de sus maletas, no obstante al parecer había cambiado algo:

– ¡Eres una debilucha! Supongo que no has comido bien ¿verdad?, dame mis –enfatizó la palabra– maletas, no quiero que las toques.
– Yo sólo quería ayudar.
– No ayudes al menos que lo hagas bien –comentó burlándose con el tono inocentón con el que le contesté.

Estuvimos hablando de otras cosas, como nunca, él tenia muchas ganas de pelear verbalmente pero yo no. Igualmente lo ignoré cuantas veces pude, hasta que salimos a una calle llena de personas, aquella era una ciudad tremendamente poblada y él con su rubio cabello alborotado –no podía evitar verlo- me advirtió que me quedara en donde estaba mientras buscaba a alguien.

Bien, no fue exactamente lo que hice. Fui a una pared a recargarme inquietamente estando de pie. Mi vista se perdía entre tantas personas que pasaban, luego entre todas esas una movía su mano de un lado a otro saludándome, era aquella rubia del tren: Zoey.

Sentía la sensación de dar de reversa y alejarme. Justo hubiera hecho un ademan, pero sentí una fuerte mano que sujetaba la mía.

– ¡Peter! – repetí al conectar mi mirada con la suya – ¿Qué haces aquí?
– Soy un cazador de tesoros, ya me tocaba estar por aquí.
– Vaya, yo estoy esperando a mi primo, a un viejo amigo… y a ti.
– Ya veo…–
– Antes que digas algo mas –me puse frente a frente – Verdad o castigo ¿Cuál escoges?

Se quitó los lentes de sol innecesarios y continuó sin expresión en el rostro:

– Elijo castigo-
– Ya dijiste, tal vez te arrepientas.

Es difícil de explicar, mi corazón y mi razón anhelaba hacerlo, estrecharme contra él, dejar que mis brazos lo abrazaran y quedarme quieta sin decir nada por lo menos en un pestañeo.

– No lo vuelvas a hacer, Anne.

Nuevamente después de tanto tiempo, ese ruido en mi pecho salió a brote. De su voz mi nombre se convertía en uno especial, dejaba de ser del montón.

– Tenemos que hablar… – repetimos los dos al mismo tiempo.

Yo me quede callada, él dijo algo que me sorprendió:

– Ethan, es hora de irnos dile a Zoey.
– ¿Tú los conoces?
– Somos compañeros. –batalló en terminar la frase. –Espero que no te hallan asustado.
– Esos dos son simpáticos –mentí fríamente.

Transformó todo lo que le envolvía, al fin pareció relajado y cómodo, a pesar de que su vestimenta lucía muy diferente a la última vez.

– ¿Cuántos años tienes? –le cuestioné con curiosidad al tanto me guiaba.
– No es relevante, la edad no importa. Ahora bien, me podrías explicar ¿Por qué traes el cabello rosa?
– Imito a Yunuki.
– Claro, una explicación como esa no tiene comparación. –pudo haber sido dicho con doble sentido pero lo pronuncio tan serio, que me lo creí.

Y olvidando la mayoría del pasado, quise decirle que tenia que seguir esperando a mi primo y luego a mi amigo.

– Cierra los ojos. –me pidió amablemente.

Éste se puso detrás de mí y me tapó los ojos.

– Ten, es para ti.

Enfrente de mí se encontraban en sus manos unas hermosas y frescas flores blancas, pocas pero cada una diferente, no las distinguía, Peter continuaba atrás y desde allí me susurró en el oído:

– Felices dieciséis, no sabes cuánto he deseado que ocurriera este día.

Y me quitó mi peluca rosa y soltó mi cabello en un jalón. Por un momento fue bonito y de color rosa pastel…

COMENTARIOS PERSONALES: Con amor a mi Padre



¿Y si digo que volví…?

¿Y si digo que volví…? Alguna vez lo dije y lo repito: el tiempo sin duda pasa a gran velocidad. No estoy precisamente segura que hay...