sábado, 28 de mayo de 2011

Stay With Me (3)

 












La distancia entre tu y yo se ha hecho más grande. ¿Has perdido la vista? No ves que nos amamos. Tú, dejando caer tus hombros. Tú, tomando un descanso en el suelo. Tú, golpeándote el pecho por la frustración. Tú, orándole al cielo con tus manos juntas. Pienso en ti al levantarme. Con las manos entrelazadas vamos a olvidar los malos recuerdos. Sé como vas a reaccionar, sólo puedo decirte lo siento. 
U-kiss, 0330


ELLA: ¡Ash! ¿Quieres qué te diga como perder la paciencia en segundos? ¡Conoce a Alexander! Por un lado me trata como basura en el transcurso de las horas del día. Y por el contrario me ayuda cuando estoy en problemas, como hoy cuando casi me caigo de la escalera por limpiar la ventana y él estuvo ahí. No puede pasar más, casi se me vinieron las nubes encima cuando sentí que te perdía. Empiezo a creer que debo estar loca, debí dejarle mi razón, vuelvo a él cada vez que me digo que no.

ÉL: Estaba loco si pensaba que probaría ese postre; aunque debo decir que se veía exquisito. Y olía a las grandezas de la bella Europa.

– Pruébalo – insistió.
– No como cualquier cosa, me va caer mal.
– Sé bien que es delicado, pero urge tener una cocinera de pasteles...
– Chef Pâtissier, así se dice correctamente.
– ¡Seee! Como sea.
– Es si, no de esa forma tan vulgar. –le dije con un aire de desplante tan grande que se fue.

Y todo comenzó por esa chica, Suzy. En estos meses ha seguido el rumor de que soy el peor jefe que alguien puede tener, por lo que nadie quiero trabajar como chef. Han renunciado unos dos y despedí a tres en este tiempo. Aunque admito que no estoy de humor para nadie. Y bien, ella entra en escena ya que los empleados hicieron una fiesta de mala muerte, en la cual la chica se le ocurrió hacerles un Croquembouche delicioso.

He escuchado en esta mañana de la boca de David, unas cuantas de cientos de veces, que ella es una maravillosa chef. Sólo que frustrada. Pero jamás la pondría en ese puesto, no en esta vida.

Es tan torpe. La observé mientras llevaba unas bolsas negras de basura, aún es difícil dejar de pensar en lo que pasó y todavía sigo sin dormir. Al anochecer me viene el recuerdo de que la tuve tan cerca, abrazó mi almohada y es ahí cuando revivo sus ingratas palabras de huida.

La casualidad se presentó hace rato, antes de que el restaurante estuviera abierto al público, se le ocurrió a Suzy limpiar las ventanas. Como siempre trae esas zapatillas converse de todos los colores, y para su mala suerte el destino nos junto tan cerca que sus agujetas hicieron que casi se caiga. Solo que tuve que ir por ella. ¡Ni que fuera su Romeo! Cuando la ayude, sujetó mi costosa chaqueta, le grité que volviera a su trabajo y que si rompía una ventana ella la pagaría. Pero eso no era mi sentimiento de respuesta.





– ¡Esto no se quedará así! –escuché desaforadamente

Salí de mi oficina con una expresión dura pero sin ir en un afán de pandillero, ante todo la elegancia al trote. Caminé con los brazos cruzados. Vi como Suzy se hallaba sobresaltada, esto si era un motivo para perder mi elegancia y todo. Solamente que no me necesitaba, creo que era todo lo opuesto. Ayudaba era lo que ocupaba el comensal de MI restaurante. Pues ella le gritaba a él y a una de sus dos acompañantes.

– Disculpen –expliqué acercándome al zafarrancho.
–Mira… – intento decirme Suzy. La silencié, y luego le agarre su muñeca.
– No tienes porque callarme de esa forma. – se quejó tratando de zafarse, nada más que la apreté más a mí.
– ¡Silencio! No me dejas escuchar lo que quieren decirme.
– ¡Quiero que la reprendas! –exigió la señora de horrible voz al notar que yo me haría responsable –Nunca en todos mis años me han osado tratar tan soez como lo hizo esta chiquilla que apenas puede peinarse sola.
– Yo me encargo.

A la vista de todos, me la lleve jalándola por medio del restaurante. Ni una echada de ojos le di, pues mi mente se hallaba en blanco. Al final terminamos en mi oficina. Cerré la perilla con seguro y le dije:

– ¿Qué fue eso? –trate de mantener las palabras claras.
– No entiendo porqué tienes que hacer esto.
– ¡Qué te ha pasado por la cabeza como para hacerle eso a un cliente!
– Déjame explicarte…
– ¡No! ¡No lo hagas! –grité – Me vas a dejar a medias. Sin una explicación coherente.
– Estás mezclando lo emocional con el trabajo.
– Poco ético ¿no? –mis palabras eran inseguras– Eres tan…
– ¿Qué? ¡Dilo!
– Tus oídos no merecen escuchar la cruda realidad del coeficiente intelectual que te acompañará hasta la muerte –yo no dije eso, no fui yo. Si, fui yo– Y tu mediocre posición económica.
– Piensas que soy tonta y pobre. –aseguró acercándose a la puerta–

Me miró como si pudiera darme miedo. No se lo creí. Pero qué hacía con esa chica. Luego de analizarlo mucho, no quería ser así con ella. Pienso que lo mejor que pude haber hecho desde que la forcé a entrar fue dejar que se fuera.

– ¿A dónde vas? – pregunté más tranquilo cuando vi que salía del restaurante a los minutos.
– Qué te importa. –contestó tan filosa como una navaja.
– Todos cometemos errores, el tuyo fue…
– ¿Disculpa? ¿yo? –se giró para confrontarme–Te equivocas Alexander. Yo no soy la culpable aquí, ni tu lo eres, es solo ese señor faldero que se le ocurrió al muy descarado traer a su amante y a su esposa a comer en mi turno.
– ¿En verdad? –ella asintió– De cualquier manera, no debiste reprocharle, es su vida. Nuestra responsabilidad es otra. –
– No te preocupes –me dio una palmadita en el hombro– Renuncié.
– ¿Qué? –pregunté de primera impresión. – ¡No puedes! – le grité quedándome quieto – ¡Estás despedida!
– Lo sabía –respondió poniéndose en un hombro su mochila de… esa gata sin boca, de esa marca japonesa, la ridícula, ah sí, Hello Kitty.

Si ella renunciaba, o más bien ya que la despedí, indudablemente no podría volver a unirse nuestras vidas. Iba a coger mis cosas, en eso recibí un mensaje de texto que decía:
“Nos vemos mañana a las 2 de la tarde en mi restaurante favorito, necesito hablar contigo. Te quiere, tu tío.”

Vale, no me hallaba dispuesto a consolar a ancianitos. El mismo que me había pedido que contratara a Suzy, mi tío, ahora se encontraba de luto pues mi primo falleció hace unos meses. Supongo que su mensaje era el maquillaje para no decir “tiempo en familia”.

No transcurrió mucho, así que aun había posibilidades de… no sé muy bien; me conformaba con verla antes de un definitivo adiós. Me subí a mi coche. Busqué entre la manzana a la redonda, para darme cuenta que estaba en una esquina esperando por lo que vi, un transporte público, horroroso pero cierto.

– El semáforo está en verde. – me dijo cuando me quede parado en la avenida y con las ventanas bajas.
– Sube –según yo la forma en que se lo ordené fue sutil y linda pero sospeché que fui mezquino, pues ella seguía andando por la calle.

Persistía en huir de mí. La acompañaba a la velocidad en sus pasos, ella caminando por la banqueta, yo en mi carro y por la avenida. Algunos autos me pitaron con el claxon, inclusive un abuelo me insulto grotesco como una alfombra sin aspirar, pero hice por no escucharlos. Cuando paraba de andar, yo también. Sí me ignoraba, yo igual, aunque a mí manera. Cuando intentó correr igual aumente la velocidad. Luego de este estúpido juego que me hizo sonreír al fin se detuvo y me puso atención.

– Mi conciencia no está tranquila, así que te lo tengo que decir. –confesó sujetando la correa de su mochila.
– Es mejor que subas.
– Alexander, no lo hagas más difícil. Renuncié por problemas de salud, aunque debo decir que estalle con lo del tipo mujeriego.
– ¿Estás enferma?
– ¿Y tú preocupado? –

Suzy le gustaba jugar con mis emociones, ella era una chica mala. ¡Qué diantres! Una chica de 1.65 de estatura con zapatillas deportivas negras, uñas azul turquesa, cabello a la cintura de un hermoso castaño oscuro, con labios rosa pastel, y con un moño en su cabello, obviamente no la catalogaría como mala.

– No, no es nada de lo que crees. –me mofé– ¿Tanto te gusto para que alucines así?

Me ignoró y emprendió a un camino casi desconocido. Lo digo nada mas por su mirada confundida entre la avenida. Discretamente se aseguraba si yo aún la seguía. Hasta que en un alto, abrió una puerta y se metió. Reprimí una sonrisa.

– ¿A dónde la llevo, señorita? –simulé mi alegría
– ¿Sabes dónde queda la escuela de la colina?
– ¿De qué hablas? Por supuesto que no.
– Chico tonto, entonces te explico en donde está… –

Se dirigía a mí casi como si fuera su chofer. Sin embargo, sin esa pequeñez, sentí la atracción hacia su persona. En sí, somos diferentes, ella vive en las nubes más altas, mientras yo tengo los pies bien sujetos en este sucio mundo.

Suzy sacaba la cabeza por la ventana. Y en una de sus manos un anillo de una mariquita. En su rostro notaba como meditaba la situación, pues no éramos amantes ni enemigos. Nada, como el hablar de unos extraños que se acaban de conocer y no se quieren separar.

Empezaba a creer que ella se había equivocado en la dirección, debido a que habíamos llegado a “Los Osos High School”. No me quede con la boca abierta pues alguien pudiese verme.

– Apostaba que reaccionarias peor. –aseguró
– Dime que trabajas aquí como conserje o algo.
– Qué tonto de tu parte Alexander. –señaló saliendo del auto–Aquí estudio en las tardes en una clase especial.
– Estás atrasada ¿verdad? –dije imitando su acto de bajarme
– No.
– Curso el grado en que debo estar, pero por mis empleos no puedo venir en la mañana.
– ¿Cuántos años tienes?
– 17, en unos meses cumplo 18.
– ¿Te das cuentas que pudiste tener algo con un tipo 7 años mayor que tú?
– Son 6 años con 5 meses y 3 días.
– Qué graciosa –me burlé dándome cuenta que más que un número, me importaba poco la edad que tuviera. – ¿En cuánto tiempo te desocupas?
– En unas cuatro horas
– ¡Ni creas que te voy a esperar!
– Nadie te ha pedido que te quedes. – se quejó subiendo las escaleras al edificio escolar, poco a poco.

Suspiré, sin anhelarlo ya asfixiaba parte de mí. No creía que fuera posible tanta fantasía. En todo este tiempo, desde que comprendí cruelmente que el amor era lo más complicado que existía, me encaminé a un lado opuesto. Y ahí no me esperancé por la fugaz llegada de un individuo. Pero sucedió; y no me agradaban las sorpresas, y ésta era una.

Pensaba en dejarla, que quedara en un total abandono de mi parte pues qué me importaba que hiciera de su vida. No la esperaría. Estaba por arrancar con mi bebé Lexus, cuando intuí lo que venía. Me retiré pero volvería.

Ahora tenía mucho que hacer en la oficina, asuntos personales que arreglar y demás sucesos disparatados, pero aquí me hallaba.

Mi vida era muy ajetreada, que sorpresa que la detestara. Convertirse desde la infancia en una persona que no puede liberarse de sus deberes, al menos que fueras al baño o en el reconciliable sueño. Lo último no era un descanso común en mis días.

El tiempo no pasaba en vano, cada rato observaba mi Patek Philippe plateado. Creo que “nunca” se volvía mi palabra consentida cuando Suzy se hallaba a mi lado, debido a que jamás había estado en una fase de desesperación como ésta.

Finalmente se acerco el momento, algunos quinceañeros salieron. Lejos del montón, sin aglutinarse nos aproximamos. Yo sin querer. Su vista estaba en el vacío. Pudiese ser que creyera que la tenía en el olvido, como los miles de suspiros que he dado.

– ¿Siempre observan tus compañeros a la gente maravillosa como yo, pareciendo estúpidos? –pregunté al congeniar las miradas de ellos y buscando su infiel atención.

Esta chica, no se lo creía, giró los ojos como esperando ver a quién le hablaba. Era a ella, la que comúnmente lucía hermosa. ¡Horrible! Otra vez esta frustración por salirse un pensamiento ominoso.

        Así que te quedaste. –afirmó ladeando su rostro y dejando caer sus hombros.
        Cariño, yo también te extrañe – mentí apretándole sus mejillas, pues todos cuchicheaban vilmente, les daría una buena lección para que no metieran sus narices.
Ahora casi gritaba para que enteraran los muchachitos chismosos de quién era yo para ella:
        Suzy– la tiré de la cintura a mí y empecé a jugar con su cabello ─ No me digas que te has olvidado de nuestro aniversario –
Su rostro estaba más que congelado, aunque asintió siguiéndome el juego.
─ ¡Vamos! Lo festejaremos en grande ─ le apreté la mano guiándolo a mi bebé.

En eso aumentaron los murmullos de los oyentes con sus feroces miradas dirigidas a nosotros. Estaba roja, y eso mezclado con su fresca fragancia la hacía ver sexy. Me sonrío mostrando los dientes, aún de esa forma con dientes apretados repitió: “Eres inmensamente idiota”. Evite sonreír, pero fue inútil.

– Los chicos en esta escuela te tienen en un mal concepto –confesé viendo a mi hermoso Lexus negro – Hablé con uno de ellos antes de volver, y dijo que no pienso repetir.
        ¿Te hablaron de mí? ─ preguntó cruzando brazos
– Ellos creen conocerte. Pero les dimos una lección ─
Me acomode una posición que siempre quise hacer, suponía que a las chicas como ella, adorarían a un chico como yo haciéndolo de malo y sacando un poco el trasero, y mas con este resplandeciente rostro. Me recargué en la puerta y hasta fingí ser una mala burla a los verdaderos chicos malos.
 ─ Ahora nadie se meterá contigo, ellos creen que tú y yo tenemos algo.           

Desde la banqueta, noté como alzó una ceja y su inusual expresión de incredibilidad presente.
─ No necesitaba tú ayuda ─
Cerré los ojos pues eso era como un cubetazo de agua fría.
– Hubiera preferido un gracias – dije abriendo la puerta –
– Lo diré cuando lo merezcas.
─ Sube ─ preferí cambiar de tema cuando no le vi intención de que lo hiciera.
Tengo que ir al hospital. No me mires así, ya te dije que tengo unos problemitas de salud, pero nada más.
– ¿Qué tan grave? –pregunté cediéndole la entrada al auto.
– Bueno, tengo que recoger los resultados de un examen, eso es todo.
– ¿Por qué tú…?– cabeceé para que continuara.
– Tengo algo así como problemas estomacales.
Inmediatamente vi su vientre, el cual sobresalía un poco. No es tan grande, me convencía.

– Te llevo. –no sugerí, le exigí.

Gracias, quería repetirle, por aceptar que la llevara. Solamente que sentí la incomodidad en el camino. En cada semáforo en rojo que nos detuvo observé cómo le daba vueltas en su dedo a ese feo anillo de libélula plateada.

– ¿Por qué no…? –repetimos mutuamente.
– Tú primero. –le indiqué.
– Te iba a decir que dieras la vuelta, pero al parecer sabes llegar.
– Es el hospital que está en la calle primera junto la avenida SWM ¿no?
– Si ¿Cómo sabes? – balbuceó.

No respondí que lo conocía por la fama de que ahí nunca debería ir una persona de mi categoría, era un hospital que ayudaba a la gente de bajos recursos.

– Lo escuché en la radio – yo no escuchaba la radio, por lo que fue una mentira del tamaño del Everest.

Afortunadamente el hospital estaba bastante cerca por lo que no tuvimos que soporta el silencio mucho. Quise bajarme con ella pero dijo que iba volver pronto. No sé que consideraba pronto. Tardó. ¿Le habría ocurrido algo malo?, mejor fui a recepción para preguntar al respecto.

Que bueno que tenía contactos, y era un hombre influyente puesto que quería demandarlos, por el no querer decirme nada al respecto de Suzy. “Es confidencial su expediente, no podemos decirle mucho, tranquilícese”. Una a una las palabras que repetían las mandaba a la basura. Me tuve que controlar cuando vi que llamaron a unos monos llamados seguridad.

Me senté por las malas en la sala de espera. ¿Por qué no volvía?


Por fin la vi, me levanté en un brinco y fui directo a donde estaba. El que yo la viera me hizo sentir bien, pero al momento que comenzó a inclinarse en las paredes como si no pudiera caminar, me hizo querer desfallecer. Suzy estaba consciente, sin embargo no se veía bien. Le ayudé, hice que pusiera su brazo a mí alrededor para que pudiera caminar. Nada más que después me dijo que estaba bien, que fuéramos al auto como si nada. La obedecí.

En este momento, según mi experiencia en películas dramáticas, ella debería gritar “déjame en paz, no quiero ver a nadie”. Pero en lugar de eso cuando volvimos al carro confesó sutilmente: “No quiero estar sola”, a lo que le respondí “yo tampoco”.

Así que me guié en que ella acepto que la llevara a mi casa. Jamás, otra vez esa palabra, logré invitar a alguien para que entrara, Suzy sería la primera y me encontraba orgulloso de ello.

– ¿Puede prender la radio y subir el volumen? –preguntó volteando a ver el cristal y la súbita noche.
– Si, claro ¿qué estación?
– La primera que encuentres.

La encendí, por cierto para mi suerte estaba una canción boba que repetía la frase toda la canción. Ella volvió a suplicarme que le subiera un poco más, no entendí para qué. Seriamente, no hubiera querido enterarme. Entre la música, ocultándose, se hallaba su desesperado llanto. No me observaba, solo miraba a la ventana, lo único que estaba a mi vista era su delicado cabello.

El chico de valet parking le abrió la puerta primero a ella, y luego a mí. Caminaba a mis espaldas, pero deje que estuviéramos al mismo nivel, la vi de reojo, ya no lloraba pero sí que sus ojos estaban hinchados. Subimos por el elevador, comencé a imaginar qué podía sorprenderla ya que esto no lo hacía. Después llegamos al último piso, el mío. Puse la contraseña en la puerta y entramos.

– Bienvenida. –le dije agarrándola de los hombros.
– ¿Puedo sentirme cómo en casa?
– ¿Ah? – me asombró su duda después de que acaba dejar de lucir tan triste. –Por supuesto.

Entonces vi que antes que yo tuviera más pasos dentro, fue al sillón a dejar su mochila y a turistear por las paredes.

– Tu departamento es diferente, supongo que tus papás no viven aquí.
─ Define moderno
─ Ya sabes, vanguardista y moderno.
─ Si me esforcé en que quedará a mi gusto y respecto a tu pregunta, desde hace mucho que mi padre y yo no compartimos el mismo techo
– ¿En serio? –preguntó viendo la pintura abstracta que tenia junto a un jarrón de vidrio. – Yo desde los 15 deje la casa.

Ahora entendía porque a veces era madura, y en otras se comportaba como alguien de su edad. Me transmitía un sentimiento, al verla recorrer el lugar y mirando fijamente algunas cosas.

– ¿Tienes hambre? –le dije aventando la chaqueta de mi traje.
– Sinceramente… – asintió.
– ¿Qué te gustaría cenar? – ahora me zafé la corbata.
– Es tu casa, lo que puedas ofrecerme. –sonrió, y esta vez no escaparía a la pregunta que mas deseaba hacerle.
– ¿Por qué estabas llorando? ¿Qué es lo que te pasa? Me dijiste que tienes problema de salud, Suzy ¿qué es lo que no me has dicho? –
– No saques el tema–exigió moleta.
– No puedes ocultarlo por mucho. Estoy realmente desilusionado de esto…
– Es que no lo entiendes; renuncie, después de mañana tal vez no nos volvamos a ver. Quizás me vaya de la ciudad. O probablemente no logré estar mucho tiempo, quién sabe. Sólo sé que tú me vas a olvidar.
– ¿Estás enferma? –pregunté.
– No, no es eso gracias a Dios.
– Yo te puedo llevar al mejor especialista… sólo dime lo que tienes.
– No tengo nada grave, Alexander.

Otra vez, con sus contrariedades igual que yo, nada de lo nuestro tenía lógica, pero era lo que más me gustaba. Aunque le diría mis sentimientos.

– Estoy harto –expliqué – No quiero estar queriendo a alguien que..
– ¡Alexander! – gritó colérica.
– ¿Qué?
– Estoy embarazada, por eso renuncie, por eso no podemos estar juntos. ¿Ahora lo entiendes?

Me tumbé en el sillón viendo a la nada, también Suzy. Tan juntos como nunca lo llegué a pensar, y distantes a la misma vez. Crujía el sillón rojo de piel a cada ligero movimiento. Esto… de acuerdo a lo que creí, me hallaba perdido en la nada. ¿Qué haría con tal confesión?

– ¿Cuántos…? –no lo terminé cuando ya sabía Suzy a lo que me refería.
– Siete meses –dijo sin piedad
– ¿Y él?
– Él murió ─ repitió secamente

Ella seguía haciendo unas muecas como si algo le causara gracia. Yo seguía a su lado sentando casi a la orilla. Me le acerqué un poco, ella se alejo, le reté y ella se fue hasta el otro extremo del sillón a donde no había escapatoria. Pegó su cabeza hasta atrás al respaldo mientras yo me aproximé justo al espacio correcto. Coloqué mi puño al lado de su cabello y con la otra logré ser tan aventado como para tocar su vientre, tan suave como nunca lo imaginé.

Con una sonrisa, inimaginable me dio un beso en la mejilla. Y luego me empujo, claro no rudamente, para levantarse.

– ¿Tienes hambre? – dije sorprendido, subiendo las mangas de mi camisa azul.
– Acabamos de tener una plática extremista –
        ¿Y qué? ¿Con eso pensaste qué matarías lo que llevo aquí?
        Prefiero que estés enojado conmigo a qué estés así. ─ No entendí a lo que se refirió. Aun así me siguió la corriente

– Entonces…
– No sé –dijo pasando un dedo por los muebles.

Si quería retirar el porqué no podíamos estar juntos, lo aceptaría encantado de la vida.

– Dudo que haya servicio a la habitación en estos departamentos, aunque sean lujosos no creo que llegan a tal ridiculez, y menos encontraras algo abierto a esta hora.
– No me subestimes.
– Debes tener en tus anaqueles algo de cereal.
– ¿Sólo eso? ¡Por favor! ¡Mademoiselle Jean, prepara delicioso!, si quieres te puede…
        En verdad, ¿no comes cereal?

Inhalé y exhalé. Mientras ella se cruzó de brazos.

        ¿Quién es Jean? – vaya, no podría describir lo que veía, una cara de insatisfacción. –
        Ella es quién me prepara las comidas, y también se encarga de las compras.

Continuó viéndome fijamente, igual que un laser mortal. Hasta que suspiro y pidió ir al baño. Al mismo tiempo llamé a la nombrada para pedir lo que Suzy deseaba, sin embargo no estaba nada conforme con sus gustos pero igualmente no le haría el feo, y menos por ser ella quién lo pedía.

– No me digas que le acabas de pedir a esa tal Jean que te traiga el cereal…
– Entonces no te lo diré.
– ¡Alexander! ¿Para qué tienes tu cuerpo entero sino para hacer cosas como estas?
– ¿Sabes? – pronuncié tan tranquilo – Cuando te enojas no te le acercas ni tantito a mi madre. –

Finalmente suspiré, fue como aquella vez. Tal vez en el fondo me dolía. O sólo tal vez quería contárselo a alguien, ese alguien, Suzy. No le di tanta importancia y me quité mi camisa… ¡oh! Olvidé que ella estaba allí. Le había dado la espalda, por instinto me giré. Ella fisgaba curiosa por todos lados, aunque cerca de mí. Sintió mis ojos, o eso creo puesto que nuestras miradas se conectaron.

Por fin, me maravilló ver el rubor en sus mejillas. Cubrió a sus ojos. Lo que me hizo pensar en cosas que me carcomían ¿Por qué pensar en eso cuando el tiempo corría para separarnos?

– ¡Párale de coquetearme! – exigió aún ocultándose.
– No es para tanto. –susurré sujetándole sus hombros y dejando mi camisa.

Fui a mi ordenada habitación por mi pijama, me cambié y regresé a la sala. Me fascinaba mi pijama con pantalón azul oscuro, y camisa blanca de manga corta. No me tardé ya que después de todo no era descortés. Cuando volví, me hallé con que saludaba a Jean ladeando su mano, ya que ella traía el cereal y su fruta.

– Sírvele, y vete. –mandé a Jean sonando frio.

Pasé a ser el jefe mandón, ya que cuando la vio, le tiro una desagradable mirada como si Suzy no fuese nadie, aún cuando ella le sonrió y saludó. Se retiró con semblante soñoliento.

– ¿No sé te hace un poco desconsiderado mandarle a qué nos trajera esto? – preguntó con un bocado de “Cinnamon toast crunch”.
– Por supuesto que no. Ella vive a lado, no le cuesta nada levantarse y traerme lo que se me antoje, cuando yo quiero.
– Apoco le pagas tan bien para que rente un departamento aquí.
        No, en realidad soy dueño de todo este piso. Ya sabes, no me gustan los vecinos enfadosos, además de que es último piso.  
Nadie puede estar más alto que yo.
– ¡Qué bárbaro! – comentó plenamente sarcástica, a lo que inevitablemente hizo reírme.
– Deberías reír más seguido. – dijo Suzy recargando su rostro en una mano, dejando caer su cabello en la frente, y derritiéndome poco a poco.
– Dame un poco de eso –pedí intentando complacerla.

Sonreí por ella. Nadie más que Suzy. También me percaté de que se había puesto mi camisa cuando la deja para ir a cambiarme.

Cuando terminamos de cenar, ella no paraba de bostezar una y otra vez. Quería dormirse, yo lo notaba pero yo no tenia sueño y eso traería problemas, unos grandes. Se fue a tumbarse en el sillón, aunque sentada, y con sus ojos parpadeando a mil por hora.

– Duérmete en mi habitación. –ofrecí sentándome a su lado –Si quieres te llevo.
– ¡No!–dijo recuperando la vida, mientras yo recargue mi cabeza detrás del respaldo.
– Tranquila, no voy a hacer nada.
– Deja de jugar conmigo por un momento –refunfuño, imitando el recargar la cabeza – No puedo creer que no tengas sueño. – sorprendentemente con ese berrinche me sujetó de la mano.
– Casi no duermo. Tengo problemas de insomnio desde pequeño.

Ella cerró los ojos, pensé que se preparaba para dormir pero me equivoqué. Dio unas palmaditas en sus piernas.

– ¿Te duelen? –cuestioné confuso.
– No, tonto. Pon tu cabeza aquí.
– ¿Para…?
– Primero hazlo y luego te digo.

No tenía caso, ya me latía el corazón. Y ganó el impulso contra la razón. Puse mi cabeza sobre su regazo, además de subir mi cuerpo en el sillón mientras ella solo se quedo sentada. Enseguida ella acarició mi cabello como nunca nadie lo había hecho.

– Mamá lo hacía cuando no podía dormir. – si bien, aprendí a conocerla en este tiempo su tono de voz indicaba que ella mentía pero ¿por qué? ¿acaso le avergonzaba?
Funcionó, por primera vez en mucho tiempo, sufría las consecuencias de su suave tacto.

– ¿Tienes sueño? – preguntó Suzy casi desapareciéndole la voz. Yo solo solté un ruido como aprobación. –Te quiero decir algo Alexander.
– Dime – susurré con los ojos cerrados.
– Si tú por alguna razón te atreves a hacerme sufrir, te voy a picar los ojos. Eso te lo aseguro.
– Querida… – me pegué más a ella. –Hay que dormir o sino alucinaremos zombis, mañana.

Imaginé como sonrió y con eso se ganó mi encanto.



¿Y si digo que volví…?

¿Y si digo que volví…? Alguna vez lo dije y lo repito: el tiempo sin duda pasa a gran velocidad. No estoy precisamente segura que hay...