La distancia entre tu y yo se ha hecho más grande. ¿Has perdido la vista? No ves que nos amamos. Tú, dejando caer tus hombros. Tú, tomando un descanso en el suelo. Tú, golpeándote el pecho por la frustración. Tú, orándole al cielo con tus manos juntas. Pienso en ti al levantarme. Con las manos entrelazadas vamos a olvidar los malos recuerdos. Sé como vas a reaccionar, sólo puedo decirte lo siento.
U-kiss, 0330
ELLA: ¡Ash! ¿Quieres qué
te diga como perder la paciencia en segundos? ¡Conoce a Alexander! Por un lado
me trata como basura en el transcurso de las horas del día. Y por el contrario
me ayuda cuando estoy en problemas, como hoy cuando casi me caigo de la
escalera por limpiar la ventana y él estuvo ahí. No puede pasar más, casi se me
vinieron las nubes encima cuando sentí que te perdía. Empiezo a creer que debo
estar loca, debí dejarle mi razón, vuelvo a él cada vez que me digo que no.
ÉL: Estaba loco si
pensaba que probaría ese postre; aunque debo decir que se veía exquisito. Y
olía a las grandezas de la bella Europa.
– Pruébalo – insistió.
– No como cualquier cosa,
me va caer mal.
– Sé bien que es
delicado, pero urge tener una cocinera de pasteles...
– Chef Pâtissier, así se
dice correctamente.
– ¡Seee! Como sea.
– Es si, no de esa forma
tan vulgar. –le dije con un aire de desplante tan grande que se fue.
Y todo comenzó por esa
chica, Suzy. En estos meses ha seguido el rumor de que soy el peor jefe que
alguien puede tener, por lo que nadie quiero trabajar como chef. Han renunciado
unos dos y despedí a tres en este tiempo. Aunque admito que no estoy de humor
para nadie. Y bien, ella entra en escena ya que los empleados hicieron una
fiesta de mala muerte, en la cual la chica se le ocurrió hacerles un Croquembouche
delicioso.
He escuchado en esta
mañana de la boca de David, unas cuantas de cientos de veces, que ella es una maravillosa
chef. Sólo que frustrada. Pero jamás la pondría en ese puesto, no en esta vida.
Es tan torpe. La observé
mientras llevaba unas bolsas negras de basura, aún es difícil dejar de pensar
en lo que pasó y todavía sigo sin dormir. Al anochecer me viene el recuerdo de
que la tuve tan cerca, abrazó mi almohada y es ahí cuando revivo sus ingratas
palabras de huida.
La casualidad se presentó
hace rato, antes de que el restaurante estuviera abierto al público, se le
ocurrió a Suzy limpiar las ventanas. Como siempre trae esas zapatillas converse
de todos los colores, y para su mala suerte el destino nos junto tan cerca que
sus agujetas hicieron que casi se caiga. Solo que tuve que ir por ella. ¡Ni que
fuera su Romeo! Cuando la ayude, sujetó mi costosa chaqueta, le grité que
volviera a su trabajo y que si rompía una ventana ella la pagaría. Pero eso no
era mi sentimiento de respuesta.
– ¡Esto no se quedará así!
–escuché desaforadamente
Salí de mi oficina con
una expresión dura pero sin ir en un afán de pandillero, ante todo la elegancia
al trote. Caminé con los brazos cruzados. Vi como Suzy se hallaba sobresaltada,
esto si era un motivo para perder mi elegancia y todo. Solamente que no me
necesitaba, creo que era todo lo opuesto. Ayudaba era lo que ocupaba el comensal
de MI restaurante. Pues ella le gritaba a él y a una de sus dos acompañantes.
– Disculpen –expliqué
acercándome al zafarrancho.
–Mira… – intento decirme
Suzy. La silencié, y luego le agarre su muñeca.
– No tienes porque
callarme de esa forma. – se quejó tratando de zafarse, nada más que la apreté
más a mí.
– ¡Silencio! No me dejas
escuchar lo que quieren decirme.
– ¡Quiero que la
reprendas! –exigió la señora de horrible voz al notar que yo me haría
responsable –Nunca en todos mis años me han osado tratar tan soez como lo hizo
esta chiquilla que apenas puede peinarse sola.
– Yo me encargo.
A la vista de todos, me
la lleve jalándola por medio del restaurante. Ni una echada de ojos le di, pues
mi mente se hallaba en blanco. Al final terminamos en mi oficina. Cerré la
perilla con seguro y le dije:
– ¿Qué fue eso? –trate de
mantener las palabras claras.
– No entiendo porqué
tienes que hacer esto.
– ¡Qué te ha pasado por
la cabeza como para hacerle eso a un cliente!
– Déjame explicarte…
– ¡No! ¡No lo hagas!
–grité – Me vas a dejar a medias. Sin una explicación coherente.
– Estás mezclando lo
emocional con el trabajo.
– Poco ético ¿no? –mis
palabras eran inseguras– Eres tan…
– ¿Qué? ¡Dilo!
– Tus oídos no merecen
escuchar la cruda realidad del coeficiente intelectual que te acompañará hasta
la muerte –yo no dije eso, no fui yo. Si, fui yo– Y tu mediocre posición
económica.
– Piensas que soy tonta y
pobre. –aseguró acercándose a la puerta–
Me miró como si pudiera
darme miedo. No se lo creí. Pero qué hacía con esa chica. Luego de analizarlo
mucho, no quería ser así con ella. Pienso que lo mejor que pude haber hecho
desde que la forcé a entrar fue dejar que se fuera.
– ¿A dónde vas? –
pregunté más tranquilo cuando vi que salía del restaurante a los minutos.
– Qué te importa.
–contestó tan filosa como una navaja.
– Todos cometemos
errores, el tuyo fue…
– ¿Disculpa? ¿yo? –se
giró para confrontarme–Te equivocas Alexander. Yo no soy la culpable aquí, ni
tu lo eres, es solo ese señor faldero que se le ocurrió al muy descarado traer
a su amante y a su esposa a comer en mi turno.
– ¿En verdad? –ella
asintió– De cualquier manera, no debiste reprocharle, es su vida. Nuestra
responsabilidad es otra. –
– No te preocupes –me dio
una palmadita en el hombro– Renuncié.
– ¿Qué? –pregunté de
primera impresión. – ¡No puedes! – le grité quedándome quieto – ¡Estás
despedida!
– Lo sabía –respondió
poniéndose en un hombro su mochila de… esa gata sin boca, de esa marca
japonesa, la ridícula, ah sí, Hello Kitty.
Si ella renunciaba, o más
bien ya que la despedí, indudablemente no podría volver a unirse nuestras
vidas. Iba a coger mis cosas, en eso recibí un mensaje de texto que decía:
“Nos vemos mañana a las 2
de la tarde en mi restaurante favorito, necesito hablar contigo. Te quiere, tu
tío.”
Vale, no me hallaba
dispuesto a consolar a ancianitos. El mismo que me había pedido que contratara
a Suzy, mi tío, ahora se encontraba de luto pues mi primo falleció hace unos
meses. Supongo que su mensaje era el maquillaje para no decir “tiempo en
familia”.
No transcurrió mucho, así
que aun había posibilidades de… no sé muy bien; me conformaba con verla antes
de un definitivo adiós. Me subí a mi coche. Busqué entre la manzana a la
redonda, para darme cuenta que estaba en una esquina esperando por lo que vi,
un transporte público, horroroso pero cierto.
– El semáforo está en
verde. – me dijo cuando me quede parado en la avenida y con las ventanas bajas.
– Sube –según yo la forma
en que se lo ordené fue sutil y linda pero sospeché que fui mezquino, pues ella
seguía andando por la calle.
Persistía en huir de mí.
La acompañaba a la velocidad en sus pasos, ella caminando por la banqueta, yo
en mi carro y por la avenida. Algunos autos me pitaron con el claxon, inclusive
un abuelo me insulto grotesco como una alfombra sin aspirar, pero hice por no
escucharlos. Cuando paraba de andar, yo también. Sí me ignoraba, yo igual,
aunque a mí manera. Cuando intentó correr igual aumente la velocidad. Luego de
este estúpido juego que me hizo sonreír al fin se detuvo y me puso atención.
– Mi conciencia no está
tranquila, así que te lo tengo que decir. –confesó sujetando la correa de su
mochila.
– Es mejor que subas.
– Alexander, no lo hagas
más difícil. Renuncié por problemas de salud, aunque debo decir que estalle con
lo del tipo mujeriego.
– ¿Estás enferma?
– ¿Y tú preocupado? –
Suzy le gustaba jugar con
mis emociones, ella era una chica mala. ¡Qué diantres! Una chica de 1.65 de
estatura con zapatillas deportivas negras, uñas azul turquesa, cabello a la
cintura de un hermoso castaño oscuro, con labios rosa pastel, y con un moño en
su cabello, obviamente no la catalogaría como mala.
– No, no es nada de lo
que crees. –me mofé– ¿Tanto te gusto para que alucines así?
Me ignoró y emprendió a
un camino casi desconocido. Lo digo nada mas por su mirada confundida entre la
avenida. Discretamente se aseguraba si yo aún la seguía. Hasta que en un alto,
abrió una puerta y se metió. Reprimí una sonrisa.
– ¿A dónde la llevo, señorita?
–simulé mi alegría
– ¿Sabes dónde queda la
escuela de la colina?
– ¿De qué hablas? Por
supuesto que no.
– Chico tonto, entonces
te explico en donde está… –
Se dirigía a mí casi como
si fuera su chofer. Sin embargo, sin esa pequeñez, sentí la atracción hacia su
persona. En sí, somos diferentes, ella vive en las nubes más altas, mientras yo
tengo los pies bien sujetos en este sucio mundo.
Suzy sacaba la cabeza por
la ventana. Y en una de sus manos un anillo de una mariquita. En su rostro
notaba como meditaba la situación, pues no éramos amantes ni enemigos. Nada,
como el hablar de unos extraños que se acaban de conocer y no se quieren
separar.
Empezaba a creer que ella
se había equivocado en la dirección, debido a que habíamos llegado a “Los Osos
High School”. No me quede con la boca abierta pues alguien pudiese verme.
– Apostaba que
reaccionarias peor. –aseguró
– Dime que trabajas aquí
como conserje o algo.
– Qué tonto de tu parte
Alexander. –señaló saliendo del auto–Aquí estudio en las tardes en una clase
especial.
– Estás atrasada ¿verdad?
–dije imitando su acto de bajarme
– No.
– Curso el grado en que
debo estar, pero por mis empleos no puedo venir en la mañana.
– ¿Cuántos años tienes?
– 17, en unos meses
cumplo 18.
– ¿Te das cuentas que
pudiste tener algo con un tipo 7 años mayor que tú?
– Son 6 años con 5 meses
y 3 días.
– Qué graciosa –me burlé
dándome cuenta que más que un número, me importaba poco la edad que tuviera. –
¿En cuánto tiempo te desocupas?
– En unas cuatro horas
– ¡Ni creas que te voy a
esperar!
– Nadie te ha pedido que
te quedes. – se quejó subiendo las escaleras al edificio escolar, poco a poco.
Suspiré, sin anhelarlo ya
asfixiaba parte de mí. No creía que fuera posible tanta fantasía. En todo este
tiempo, desde que comprendí cruelmente que el amor era lo más complicado que
existía, me encaminé a un lado opuesto. Y ahí no me esperancé por la fugaz
llegada de un individuo. Pero sucedió; y no me agradaban las sorpresas, y ésta
era una.
Pensaba en dejarla, que
quedara en un total abandono de mi parte pues qué me importaba que hiciera de
su vida. No la esperaría. Estaba por arrancar con mi bebé Lexus, cuando intuí
lo que venía. Me retiré pero volvería.
Ahora tenía mucho que
hacer en la oficina, asuntos personales que arreglar y demás sucesos
disparatados, pero aquí me hallaba.
Mi vida era muy
ajetreada, que sorpresa que la detestara. Convertirse desde la infancia en una
persona que no puede liberarse de sus deberes, al menos que fueras al baño o en
el reconciliable sueño. Lo último no era un descanso común en mis días.
El tiempo no pasaba en
vano, cada rato observaba mi Patek Philippe plateado. Creo que “nunca” se
volvía mi palabra consentida cuando Suzy se hallaba a mi lado, debido a que
jamás había estado en una fase de desesperación como ésta.
Finalmente se acerco el
momento, algunos quinceañeros salieron. Lejos del montón, sin aglutinarse nos
aproximamos. Yo sin querer. Su vista estaba en el vacío. Pudiese ser que
creyera que la tenía en el olvido, como los miles de suspiros que he dado.
– ¿Siempre observan tus
compañeros a la gente maravillosa como yo, pareciendo estúpidos? –pregunté al
congeniar las miradas de ellos y buscando su infiel atención.
Esta chica, no se lo
creía, giró los ojos como esperando ver a quién le hablaba. Era a ella, la que
comúnmente lucía hermosa. ¡Horrible! Otra vez esta frustración por salirse un
pensamiento ominoso.
–
Así que te quedaste. –afirmó ladeando su rostro y dejando caer sus
hombros.
–
Cariño, yo también te extrañe – mentí apretándole sus mejillas, pues
todos cuchicheaban vilmente, les daría una buena lección para que no metieran
sus narices.
Ahora casi gritaba para
que enteraran los muchachitos chismosos de quién era yo para ella:
–
Suzy– la tiré de la cintura a mí y empecé a jugar con su cabello ─ No me
digas que te has olvidado de nuestro aniversario –
Su rostro estaba
más que congelado, aunque asintió siguiéndome el juego.
─ ¡Vamos! Lo festejaremos
en grande ─ le apreté la mano guiándolo a mi bebé.
En eso aumentaron los
murmullos de los oyentes con sus feroces miradas dirigidas a nosotros. Estaba
roja, y eso mezclado con su fresca fragancia la hacía ver sexy. Me sonrío
mostrando los dientes, aún de esa forma con dientes apretados repitió: “Eres inmensamente
idiota”. Evite sonreír, pero fue inútil.
– Los chicos en esta
escuela te tienen en un mal concepto –confesé viendo a mi hermoso Lexus negro –
Hablé con uno de ellos antes de volver, y dijo que no pienso repetir.
–
¿Te hablaron de mí? ─ preguntó cruzando brazos
– Ellos creen conocerte.
Pero les dimos una lección ─
Me acomode una posición
que siempre quise hacer, suponía que a las chicas como ella, adorarían a un
chico como yo haciéndolo de malo y sacando un poco el trasero, y mas con este
resplandeciente rostro. Me recargué en la puerta y hasta fingí ser una mala
burla a los verdaderos chicos malos.
─ Ahora nadie se meterá contigo, ellos creen
que tú y yo tenemos algo.
Desde la banqueta, noté
como alzó una ceja y su inusual expresión de incredibilidad presente.
─ No necesitaba tú ayuda ─
Cerré los ojos pues eso
era como un cubetazo de agua fría.
– Hubiera preferido un
gracias – dije abriendo la puerta –
– Lo diré cuando lo
merezcas.
─ Sube ─ preferí cambiar
de tema cuando no le vi intención de que lo hiciera.
─ Tengo que ir al hospital.
No me mires así, ya te dije que tengo unos problemitas de salud, pero nada más.
– ¿Qué tan grave?
–pregunté cediéndole la entrada al auto.
– Bueno, tengo que
recoger los resultados de un examen, eso es todo.
– ¿Por qué tú…?– cabeceé
para que continuara.
– Tengo algo así como
problemas estomacales.
Inmediatamente vi su
vientre, el cual sobresalía un poco. No es tan grande, me convencía.
– Te llevo. –no sugerí,
le exigí.
Gracias, quería
repetirle, por aceptar que la llevara. Solamente que sentí la incomodidad en el
camino. En cada semáforo en rojo que nos detuvo observé cómo le daba vueltas en
su dedo a ese feo anillo de libélula plateada.
– ¿Por qué no…?
–repetimos mutuamente.
– Tú primero. –le
indiqué.
– Te iba a decir que
dieras la vuelta, pero al parecer sabes llegar.
– Es el hospital que está
en la calle primera junto la avenida SWM ¿no?
– Si ¿Cómo sabes? –
balbuceó.
No respondí que lo
conocía por la fama de que ahí nunca debería ir una persona de mi categoría,
era un hospital que ayudaba a la gente de bajos recursos.
– Lo escuché en la radio
– yo no escuchaba la radio, por lo que fue una mentira del tamaño del Everest.
Afortunadamente el
hospital estaba bastante cerca por lo que no tuvimos que soporta el silencio
mucho. Quise bajarme con ella pero dijo que iba volver pronto. No sé que
consideraba pronto. Tardó. ¿Le habría ocurrido algo malo?, mejor fui a
recepción para preguntar al respecto.
Que bueno que tenía
contactos, y era un hombre influyente puesto que quería demandarlos, por el no
querer decirme nada al respecto de Suzy. “Es confidencial su expediente, no
podemos decirle mucho, tranquilícese”. Una a una las palabras que repetían las
mandaba a la basura. Me tuve que controlar cuando vi que llamaron a unos monos
llamados seguridad.
Me senté por las malas en
la sala de espera. ¿Por qué no volvía?
Por fin la vi, me levanté
en un brinco y fui directo a donde estaba. El que yo la viera me hizo sentir
bien, pero al momento que comenzó a inclinarse en las paredes como si no
pudiera caminar, me hizo querer desfallecer. Suzy estaba consciente, sin
embargo no se veía bien. Le ayudé, hice que pusiera su brazo a mí alrededor
para que pudiera caminar. Nada más que después me dijo que estaba bien, que
fuéramos al auto como si nada. La obedecí.
En este momento, según mi
experiencia en películas dramáticas, ella debería gritar “déjame en paz, no
quiero ver a nadie”. Pero en lugar de eso cuando volvimos al carro confesó
sutilmente: “No quiero estar sola”, a lo que le respondí “yo tampoco”.
Así que me guié en que
ella acepto que la llevara a mi casa. Jamás, otra vez esa palabra, logré
invitar a alguien para que entrara, Suzy sería la primera y me encontraba
orgulloso de ello.
– ¿Puede prender la radio
y subir el volumen? –preguntó volteando a ver el cristal y la súbita noche.
– Si, claro ¿qué
estación?
– La primera que
encuentres.
La encendí, por cierto
para mi suerte estaba una canción boba que repetía la frase toda la canción.
Ella volvió a suplicarme que le subiera un poco más, no entendí para qué.
Seriamente, no hubiera querido enterarme. Entre la música, ocultándose, se
hallaba su desesperado llanto. No me observaba, solo miraba a la ventana, lo
único que estaba a mi vista era su delicado cabello.
El chico de valet parking
le abrió la puerta primero a ella, y luego a mí. Caminaba a mis espaldas, pero
deje que estuviéramos al mismo nivel, la vi de reojo, ya no lloraba pero sí que
sus ojos estaban hinchados. Subimos por el elevador, comencé a imaginar qué
podía sorprenderla ya que esto no lo hacía. Después llegamos al último piso, el
mío. Puse la contraseña en la puerta y entramos.
– Bienvenida. –le dije
agarrándola de los hombros.
– ¿Puedo sentirme cómo en
casa?
– ¿Ah? – me asombró su
duda después de que acaba dejar de lucir tan triste. –Por supuesto.
Entonces vi que antes que
yo tuviera más pasos dentro, fue al sillón a dejar su mochila y a turistear por
las paredes.
– Tu departamento es diferente,
supongo que tus papás no viven aquí.
─ Define moderno
─ Ya sabes, vanguardista
y moderno.
─ Si me esforcé en que
quedará a mi gusto y respecto a tu pregunta, desde hace mucho que mi padre y yo
no compartimos el mismo techo
– ¿En serio? –preguntó
viendo la pintura abstracta que tenia junto a un jarrón de vidrio. – Yo desde
los 15 deje la casa.
Ahora entendía porque a
veces era madura, y en otras se comportaba como alguien de su edad. Me
transmitía un sentimiento, al verla recorrer el lugar y mirando fijamente
algunas cosas.
– ¿Tienes hambre? –le
dije aventando la chaqueta de mi traje.
– Sinceramente… – asintió.
– ¿Qué te gustaría cenar?
– ahora me zafé la corbata.
– Es tu casa, lo que
puedas ofrecerme. –sonrió, y esta vez no escaparía a la pregunta que mas
deseaba hacerle.
– ¿Por qué estabas
llorando? ¿Qué es lo que te pasa? Me dijiste que tienes problema de salud, Suzy
¿qué es lo que no me has dicho? –
– No saques el tema–exigió
moleta.
– No puedes ocultarlo por
mucho. Estoy realmente desilusionado de esto…
– Es que no lo entiendes;
renuncie, después de mañana tal vez no nos volvamos a ver. Quizás me vaya de la
ciudad. O probablemente no logré estar mucho tiempo, quién sabe. Sólo sé que tú
me vas a olvidar.
– ¿Estás enferma?
–pregunté.
– No, no es eso gracias a
Dios.
– Yo te puedo llevar al
mejor especialista… sólo dime lo que tienes.
– No tengo nada grave,
Alexander.
Otra vez, con sus
contrariedades igual que yo, nada de lo nuestro tenía lógica, pero era lo que más
me gustaba. Aunque le diría mis sentimientos.
– Estoy harto –expliqué –
No quiero estar queriendo a alguien que..
– ¡Alexander! – gritó
colérica.
– ¿Qué?
– Estoy embarazada, por
eso renuncie, por eso no podemos estar juntos. ¿Ahora lo entiendes?
Me tumbé en el sillón
viendo a la nada, también Suzy. Tan juntos como nunca lo llegué a pensar, y
distantes a la misma vez. Crujía el sillón rojo de piel a cada ligero
movimiento. Esto… de acuerdo a lo que creí, me hallaba perdido en la nada. ¿Qué
haría con tal confesión?
– ¿Cuántos…? –no lo
terminé cuando ya sabía Suzy a lo que me refería.
– Siete meses –dijo sin
piedad
– ¿Y él?
– Él murió ─ repitió
secamente
Ella seguía haciendo unas
muecas como si algo le causara gracia. Yo seguía a su lado sentando casi a la
orilla. Me le acerqué un poco, ella se alejo, le reté y ella se fue hasta el
otro extremo del sillón a donde no había escapatoria. Pegó su cabeza hasta
atrás al respaldo mientras yo me aproximé justo al espacio correcto. Coloqué mi
puño al lado de su cabello y con la otra logré ser tan aventado como para tocar
su vientre, tan suave como nunca lo imaginé.
Con una sonrisa,
inimaginable me dio un beso en la mejilla. Y luego me empujo, claro no
rudamente, para levantarse.
– ¿Tienes hambre? – dije
sorprendido, subiendo las mangas de mi camisa azul.
– Acabamos de tener una
plática extremista –
–
¿Y qué? ¿Con eso pensaste qué matarías lo que llevo aquí?
–
Prefiero que estés enojado conmigo a qué estés así. ─ No entendí a lo
que se refirió. Aun así me siguió la corriente
– Entonces…
– No sé –dijo pasando un
dedo por los muebles.
Si quería retirar el
porqué no podíamos estar juntos, lo aceptaría encantado de la vida.
– Dudo que haya servicio
a la habitación en estos departamentos, aunque sean lujosos no creo que llegan
a tal ridiculez, y menos encontraras algo abierto a esta hora.
– No me subestimes.
– Debes tener en tus
anaqueles algo de cereal.
– ¿Sólo eso? ¡Por favor!
¡Mademoiselle Jean, prepara delicioso!, si quieres te puede…
–
En verdad, ¿no comes cereal?
Inhalé y exhalé. Mientras
ella se cruzó de brazos.
–
¿Quién es Jean? – vaya, no podría describir lo que veía, una cara de
insatisfacción. –
–
Ella es quién me prepara las comidas, y también se encarga de las
compras.
Continuó viéndome
fijamente, igual que un laser mortal. Hasta que suspiro y pidió ir al baño. Al
mismo tiempo llamé a la nombrada para pedir lo que Suzy deseaba, sin embargo no
estaba nada conforme con sus gustos pero igualmente no le haría el feo, y menos
por ser ella quién lo pedía.
– No me digas que le acabas
de pedir a esa tal Jean que te traiga el cereal…
– Entonces no te lo diré.
– ¡Alexander! ¿Para qué
tienes tu cuerpo entero sino para hacer cosas como estas?
– ¿Sabes? – pronuncié tan
tranquilo – Cuando te enojas no te le acercas ni tantito a mi madre. –
Finalmente suspiré, fue
como aquella vez. Tal vez en el fondo me dolía. O sólo tal vez quería
contárselo a alguien, ese alguien, Suzy. No le di tanta importancia y me quité
mi camisa… ¡oh! Olvidé que ella estaba allí. Le había dado la espalda, por instinto
me giré. Ella fisgaba curiosa por todos lados, aunque cerca de mí. Sintió mis
ojos, o eso creo puesto que nuestras miradas se conectaron.
Por fin, me maravilló ver
el rubor en sus mejillas. Cubrió a sus ojos. Lo que me hizo pensar en cosas que
me carcomían ¿Por qué pensar en eso cuando el tiempo corría para separarnos?
– ¡Párale de coquetearme!
– exigió aún ocultándose.
– No es para tanto.
–susurré sujetándole sus hombros y dejando mi camisa.
Fui a mi ordenada
habitación por mi pijama, me cambié y regresé a la sala. Me fascinaba mi pijama
con pantalón azul oscuro, y camisa blanca de manga corta. No me tardé ya que
después de todo no era descortés. Cuando volví, me hallé con que saludaba a
Jean ladeando su mano, ya que ella traía el cereal y su fruta.
– Sírvele, y vete. –mandé
a Jean sonando frio.
Pasé a ser el jefe
mandón, ya que cuando la vio, le tiro una desagradable mirada como si Suzy no
fuese nadie, aún cuando ella le sonrió y saludó. Se retiró con semblante soñoliento.
– ¿No sé te hace un poco
desconsiderado mandarle a qué nos trajera esto? – preguntó con un bocado de
“Cinnamon toast crunch”.
– Por supuesto que no.
Ella vive a lado, no le cuesta nada levantarse y traerme lo que se me antoje,
cuando yo quiero.
– Apoco le pagas tan bien
para que rente un departamento aquí.
–
No, en realidad soy dueño de todo este piso. Ya sabes, no me gustan los
vecinos enfadosos, además de que es último piso. ─
Nadie puede estar más alto que yo.
– ¡Qué bárbaro! – comentó
plenamente sarcástica, a lo que inevitablemente hizo reírme.
– Deberías reír más
seguido. – dijo Suzy recargando su rostro en una mano, dejando caer su cabello
en la frente, y derritiéndome poco a poco.
– Dame un poco de eso
–pedí intentando complacerla.
Sonreí por ella. Nadie más
que Suzy. También me percaté de que se había puesto mi camisa cuando la deja
para ir a cambiarme.
Cuando terminamos de
cenar, ella no paraba de bostezar una y otra vez. Quería dormirse, yo lo notaba
pero yo no tenia sueño y eso traería problemas, unos grandes. Se fue a tumbarse
en el sillón, aunque sentada, y con sus ojos parpadeando a mil por hora.
– Duérmete en mi
habitación. –ofrecí sentándome a su lado –Si quieres te llevo.
– ¡No!–dijo recuperando
la vida, mientras yo recargue mi cabeza detrás del respaldo.
– Tranquila, no voy a
hacer nada.
– Deja de jugar conmigo
por un momento –refunfuño, imitando el recargar la cabeza – No puedo creer que
no tengas sueño. – sorprendentemente con ese berrinche me sujetó de la mano.
– Casi no duermo. Tengo
problemas de insomnio desde pequeño.
Ella cerró los ojos,
pensé que se preparaba para dormir pero me equivoqué. Dio unas palmaditas en
sus piernas.
– ¿Te duelen? –cuestioné
confuso.
– No, tonto. Pon tu
cabeza aquí.
– ¿Para…?
– Primero hazlo y luego
te digo.
No tenía caso, ya me
latía el corazón. Y ganó el impulso contra la razón. Puse mi cabeza sobre su
regazo, además de subir mi cuerpo en el sillón mientras ella solo se quedo
sentada. Enseguida ella acarició mi cabello como nunca nadie lo había hecho.
– Mamá lo hacía cuando no
podía dormir. – si bien, aprendí a conocerla en este tiempo su tono de voz
indicaba que ella mentía pero ¿por qué? ¿acaso le avergonzaba?
Funcionó, por primera vez
en mucho tiempo, sufría las consecuencias de su suave tacto.
– ¿Tienes sueño? –
preguntó Suzy casi desapareciéndole la voz. Yo solo solté un ruido como
aprobación. –Te quiero decir algo Alexander.
– Dime – susurré con los
ojos cerrados.
– Si tú por alguna razón
te atreves a hacerme sufrir, te voy a picar los ojos. Eso te lo aseguro.
– Querida… – me pegué más
a ella. –Hay que dormir o sino alucinaremos zombis, mañana.
Imaginé como sonrió y con
eso se ganó mi encanto.