viernes, 1 de abril de 2011

Stay With Me (2)

Esta es mi trágica historia, simplemente me destrozaron el corazón. Todavía no puedo borrarte. Sigo pensando en ti. Quiero verte y eso es tan malo. El sonido de la lluvia que golpea la ventana en mi corazón. ¿Por qué peleamos? ¿Por qué nos gusta esto? Tonta, ¿no sabes que lo único que necesito eres tú?
 0330, U-KISS



Ella: Cada día que pasa me doy cuenta que es peculiar como una hoja que cae del árbol en otoño. Lo he visto mientras no se da cuenta. Si tan sólo pudieras ver sus flamantes y diminutos ojos verdes. Cuando lo veo, siento un vuelco en el corazón. Mi meta antes de irme es hacerle sonreír. Él siente que soy poca cosa, yo lo sé y no se equivoca. Me ha ignorado desde hace semanas. Pero no importa; desde que lo supe, no he querido hacerlo. ¡Perdóname, no puedo!

Él: No me había atrevido a preguntarle a alguien el nombre de aquella chica cuyo constante pensamiento crecía dentro de mi cabeza. Desde hace 6 semanas me niego a dejarme guiar por el tonto sentimiento que invade mi esencia cuando la veo.

– ¿Tú qué opinas? –preguntó el chef ejecutivo.
– Es tan infantil. –le contesté fríamente a mi subalterno, viendo la frustrante cara de dolor de la chef Pâtissier.
– ¿Entonces? –repitieron los dos al unisonó, pero con un fin diferente.
– Sus sentimientos los deben dejar fuera de esto. Mientras nuestro bolsillo no se vea afectado, no existe inconveniente para mí.
– Eres de lo peor ¡Yo renuncio! –gritó la chica, aventando su largo mandil y desabotonando su filipina negra.
– ¿No vas a hacer nada? –bromeó mi compinche en el trabajo.
– Muchos aventurados se atreven a seguir un nublado camino, y los fracasados se regresan por donde vinieron.

Él se rió, yo no tenía ganas de aquello; lo fulminé con la mirada. Después de todo, era una ridiculez que yo defendiera a la chica porque el chef ejecutivo la hubiera insultado y esta lo culpaba a que no cumpliera mis órdenes.
Quede en calidad de satisfecho en mi expansiva oficina, recargándome en mi silla al irse los tipejos. Sólo que me hallaba, solitario. Sin nadie.

No me dejaría llevar por las emociones, eso era de gente debilucha. Como era de esperarse preferí encontrar solución de quien reemplazaría el puesto de la chef. Urgente quería tener a alguien que fuera capaz de aguantar la carga mientras conseguía a otro sujeto de planta. Por lo tanto, no perdería a clientes. Así que salí para preguntarles hipócritamente a los comensales si todo se hallaba bien y si necesitaban algo que no fuera un postre.

No soporte tanta doble cara.

Extraño, pues aunque era muy quisquilloso en la mayoría de mi complejo, había aprendido por azares de la vida, a ser tal como soy, nada de hipocresías o compasión. Y si, detestaba, aborrecía, despreciaba el 90% de la sociedad del mezquino mundo; pero se debía a que no conocía el otro 10%, empezaba a creer que ahí estaba presente la chica de mis pensamientos ¿Pero qué estupidez más grande?

Fui al baño de caballeros a refrescar mi agraciado rostro. Me miré en el espejo de marco color oro; el reflejo concibió por primera vez que un corazón solitario puede tener dentro una revolución de emociones por cierta persona de la cual no se conocía nada.
Solamente el saber que existía me gratificaba, pero por otro lado me recordaba que todo se volvería espantoso. Acabaría en la tragedia si seguía a mi corazón.

Cabizbajo puse mis manos en el lavamanos, cuando regresé a la normalidad ella salía frotándose sus rojizos ojos de la caseta de un baño. En mi espacio.

– Este es el baño de caballeros–le señalé. Por primera vez tuve la razón contra ella.
– Me equivoqué –murmuró con voz quebrada y probablemente maldiciéndose por la tontería. – Lo siento, si quieres puedo limpiar la suciedad ya que estoy aquí.

Esa chica evitaba mi vista, omitiendo mi sobresaliente existencia. Rápidamente llegó con su equipo de limpieza. Pasando de un lado para el otro como un saltamontes.

– Deja de fingir –la atrapé cuando esparcía desinfectante. Yo me hallaba atrás mirando como hacia su trabajo con pasión.

Esperé su respuesta, pero no lo hizo. Esto me desquiciaba más que nada en el mundo por lo que la jalé de un brazo y le exigí algo que ni yo entendía: “mírame”. Enfrente de mí y no me echaba un vistazo. Sus ojos fijos al piso.

– En primera estás pisándome el pie– perdí cuantas veces me ha dejado como un idiota –Hago mi trabajo – se zafó de mí y siguió haciendo de las suyas.
– Soy tu jefe deberías tratarme con más respeto sí quieres conservar este empleo –
– O si no me despedirás igual que a Ciara, ¿o no?
– ¿Con que así se llamaba la chica? Bueno, ella se lo ganó– prepotente, de esa forma lo dije. Quería demostrarle que yo era el que mandaba.
– Así se llama, aún está viva. ¿Te puedo pedir un favor?  Vete para que termine de limpiar pronto. Mi medio turno termina a medio día y quiero dejar todo bien antes de irme.

Salí con la impresión de haberla tenido cerca de mí, pero ni así me miró. Ella suele mantener la vista baja. Y cuando la alza, tiene unos mechones largos que le tapan el rostro. De pronto me obligué a olvidarme de ella. Esto no podía consumirse.

Su cabello largo y sumamente lacio, esos mechones despeinados que le cubren la cara, esas uñas pintadas de verde pistache a juego con su calzado deportivo, y el listón que usa como diadema, es clara la señal. Unos años menor que yo. Si todo se descarrilaba pudiera yo aparecer, el flamante socialité Alexander, en primera plana en un periódico por acosar a una empleada menor de edad.

No, ella era tan poca cosa para mí. Es comparable con un bonito animalito pero insignificante a la vez.

Tenia a favor que no le agradaba, entonces trabajaría para que me odiara. Le daría mi peor trato; aunque no me gustara. La dejaré de molestar, para que tenga la guardia baja y luego la despediré sin piedad.




Como no era la hora pico la mayoría se iban a comer pues estaba prohibido consumir de nuestros alimentos. Y ahí fue cuando inicié con lo que tramaba. ¿Por qué no buscar más trabajo para ella?

Por la puerta trasera iban saliendo cuando le grité a unos de los garroteros de meseros que le dijera que ella no podía ir. Puso esa linda cara de asombro, y fue corriendo a los baños. Yo caminaba triunfante detrás de ella.

Sacó de la nada, y con un pulso inestable unos audífonos. Antes de que se los pusiera una lavaplatos gritó su nombre: Suzy. La noté pálida y sus movimientos eran bruscos. Acercándome con las manos en los bolsillos, le quité un audífono de la oreja para asegurarle:

– Debiste hacer bien tu trabajo. –me salió una voz dura, probablemente le di miedo.
– Si, debí pero está bien después de esto me voy–increíble, Suzy no me dirigió unas palabras despectivas; es más, pareciera que me lo decía como su viejo amigo de la infancia.

Cuando vi que se frotaba la cara igual que una niña frustrada y suspiraba para buscar alivio. No logré resistirlo. De repente ya habían salido las palabras que no quería decir.

– ¿Suzy qué te gusta de comer?
– Ahora que sabes mi nombre podrás maldecirme correctamente. – ¿Bromeó? Lo suponía, ya que lo replicó sin subir de tono y con leves curvas en las comisuras de sus labios.


La chica trabajaba rápido, cuando menos estuve presente ella se despidió. Y para mi fortuna ya era hora de su salida. Lo tomé como un juego a las escondidas, la encontraría. No anhelaba ser su acosador pero por lo menos esto me conformaba. Además no estaba de menos después de años sin un día entre semana libre dármelo ya que nadie lo ofrecía.

Desde los encargados de la limpieza hasta el chef ejecutivo comían cerca. Su paladar no era selecto ni disgustaba de los sabores más grandiosos como el mío. Supuse que irían a un restaurante de comida rápida. No tarde en ver el carro del capitán de meseros entre el estacionamiento de un “Olive Garden”. Oculté mi mueca de victoria al momento que me vieron entrar. Se pararon de la mesa y comenzaron a balbucear falso gusto de verme.
Pero ella no estaba ahí, exigí que me dijeran donde estaba, apuntaron al centro comercial de enfrente y dijeron a unisonó: fuente de sodas.

Caminé apresurado, incluso como experiencia nueva choque con gente común, de inmediato me sacudía mi envidiable vestimenta. Hasta que vi en una esquina del enorme centro comercial con letras de neón “fuente de sodas”, tardaría mucho en encontrarla. ¿Pero qué me pico? Entraría a ese lugar lleno de máquinas de videojuegos, comida para gordos y música de fondo que repetía la misma frase en toda la canción, todo por una chica. Si, y ya tenía los pies firmes adentro.

Paso a paso, comprendí que esto no se repetiría. Desde luego que cumpliría mi objetivo, o eso creía, aunque algo en mí se retorciera.

No supe que pensar, adentro reinaba el sexo masculino, pero la mayoría eran niños jugando maquinitas de videojuegos. “¿Qué hace ella aquí?”. Suzy se hallaba jugando en una de “esas”, una de carros de carreras. Su tensa cara me aclaró que se tomaba en serio estar ahí pisando el acelerador. Me recargué en la pared un rato, observándola.

Cuando la vi dando ligeras patadas al aire por haber escuchado su fin y una tontísima canción de derrota, decidí probar e imitar su empeño en el juego virtual.

Saqué una de las tantas tarjetas de crédito que llevaba en mi cartera. Nada más anduve merodeando si alguien también traía tarjetas para jugar. Descubrí que todos metían monedas. Frustrante, las quise ir a cambiar allí mismo donde vendían palomitas, barras de chocolate, y miles de porquerías grasosas para gente como yo, y maravillas para los obesos.

Confronté con la señorita que atendía, pues no aceptó cambiármelas, debía comprar y no lo haría. Seguía defendiendo mi derecho de consumidor, la dejé balbuceando pues Suzy gritaba, y yo colapsé por dentro. Me espanté, realmente lo hice como un nuevo yo. Sin embargo me arrepentí, pues ella chillaba de felicidad. ¿Por qué a mí? Esta chica loca acabaría conmigo antes que yo con ella.
Mil veces insensata, despreocupada, chiquilla sin moral, pobre… y ahora me miraba. Desde hace mucho tiempo quise sonreír, más no lo hice, preferí dejarme llevar por su bella sonrisa que se fue desvaneciendo con mi aparición.

¿Por qué me estás ignorando? Escogió darles importancia a unos niños, pues al parecer consiguió un nuevo record. Luego se retiró de las maquinas de carreras a otra con flechas en el suelo, yo la seguí; tambaleaba su reluciente y largo cabello. Se estiró un poco, seleccionó algo en la pantalla y pisoteó unas el piso con luces. Me puse a su lado. Sabía que ella notó mi existencia pero continuaba bailando en esa máquina zarrapastrosa.

Mandé a un niño que me instruyera como se usaba, pero cuando vio que competiría con Suzy, me trató de convencer que ella era la Maestra. Debido a mi naturaleza testaruda, me importó un bledo. Esperé a que finalizara la primera ronda. Sonó mi teléfono móvil, los contesté y cuando pronunció una palabra la persona de la otra línea, le colgué.

– Ponle en fácil –dijo Suzy con una sonrisa que me reto aún más, cuando me pare a su lado en la máquina.
– Esto no está bien, eres demasiado jefe como para poder conmigo, y soportar la derrota. No me subestimes, soy la maestra del dance, dance revolution – sonaba tan “yo”, no me gustaba.
Me quité mi chaqueta y se la dejé a un pelafustán.
– ¡Oiga, no se vale, no soy su chacho!
– Ten –le di un billete de $ 100.
– ¿Qué canción quieres? –repitió sin creerse que yo estuviera compitiendo con ella.
– La más difícil.
– Bien, sí tú lo dices.

Exacto si yo lo digo se hace. Aunque no lo haya jugado en mi infancia le intentaría ganar a la reina; pero sería complicado. Antes de que comenzara, sonó mi teléfono; lo di como muerto.

La canción era demasiado rápida, y además tenías que brincar más de una vez. Suzy la tarareaba mientras yo me agitaba. No sé cómo pude zafarme la corbata. Al final, no soportaba una punzada en las rodillas, pudiera ser que se me salió el líquido sinovial.
Ella picaba mis costillas, yo volteaba a ver a las flechas que había tocado en el suelo y tocando mis rodillas; hasta que se cansó de zarandearme y puso su rostro frente a mí. Por fin me atreví a quitarle uno de sus largos cabellos mientras los dos volvíamos a nuestra respectiva altura. Balbuceé pues quería exigirle algo cuando ella alzó sus manos. Sonreía a tal punto que sus ojos achocolatados se rasgaron y de sus mejillas surgieron unos lindos hoyuelos. ¿Qué intentaba decir? ¿Se daba por vencida?

– ¡Nuevo record! Eres bueno a pesar de tu edad.

Yo no estaba feliz y menos cuando regresó a canturrear la llamada de mi teléfono. Al verla todavía con las manos arriba se me ocurrió cuestionarle:

– ¿Por qué tienes las manos levantadas?

Su risa. Nunca había escuchado algo tan bonito.

– Choca las manos conmigo, hemos ganado.

Lo hice, y es de las pocas cosas significativas que no me arrepentiría. A partir de eso, anduvo guiándome por todo el lugar. Casi no hablamos, me dediqué a verla en todas sus facetas. No lo cambiaría por nada.

Luego se le antojó comprar un helado de vainilla, se lo iba a invitar, tontamente se me olvido pedir mi chaqueta al niño y al parecer huyó.

Me crucé de brazos en una mesa, antes ordené a un empleado que la desinfectara ante mis ojos. La vi acercarse con dos helados y otras chucherías. Como era habíamos pasado casi toda la tarde aquí, no le permití sentarse, le dije que era mejor que nos fuéramos. Luego me dio una de sus chucherías cafés.

– Toma, es para ti. Te lo mereces.
– ¿Qué es?
– Un pretzel. Estoy segura que no has probado cosa tan deliciosa en tu vida jefe. –exageró en exceso lo cual me causó gracia, pero no importó. Estuve consternado, Suzy me decía Jefe.
– En este momento no estás en tu turno.
– De acuerdo, Alex.
– ¡Agh! Alex, no, no me llames de esa horrible forma otra vez.
– Entonces puedo llamarte ¿Xander?
– Por algo Rose me puso como nombre Alexander, pero ten el favorable honor de llamarme Xander.

No respondo por esto, deseaba que ella preguntara por Rose, eso significaría que le importaba conocer de mi vida. Nuevamente sonó el insistente teléfono.

– ¡¿Qué?! – respondí furioso la llamada, pare de caminar para tomar el auto.
– ¿En dónde estás? Te fuiste sin decir nada, deberías estar en la oficina de tu abuelo, y nada– se quejó la mujer.
– Sabes mejor de mi vida que yo mismo, Rose. –
– ¡Ayy hijo! ¡Velo por tu bien! Dime la dirección en que estás para que pasé por ti.
– Estoy con una chica.
– ¿Qué?... –le colgué después de soltar la sorpresa a mi madre.

Nadie más que yo deseaba que no lo molestarán. Caminando, la vi por el rabillo de los ojos; aunque temblaba no dejaba de lamber su helado.

– No traigo mi chaqueta o si no te la daría. No puedo quitarme mi camisa y dártela. –no me excusé, me reclamé a mí mismo.
– Sería sexy ver esa nueva faceta tuya, Xander.

Eso, el hacerme ver como un tonto. Me transformé de color a un rojo. No haría aquello, pero si esto. Tiré lo que llevábamos en las manos. ¡Por primera y última la abracé fuertemente!, como si así pudiéramos aferrarnos mutuamente.

– Me gustas Alexander, aunque no lo quiera admitir. –confesó poniendo sus frágiles manos en mi espalda.

La apreté mas, pensé en que si Suzy pudiera gritar solo mi nombre entre la multitud, solo la miraría a ella, a nadie más. Me soltó poco a poco. “No lo hagas”. Colocó sus manos en mi camisa, jalándola poquito y escondiendo sus ojos.

– ¿Qué sucede? –le pregunté
– Yo…–bajó la cabeza, dio un paso atrás y se sobó las manos. –No puedo estar contigo.

Ciertamente no esperé una confesión deplorable. Yo sabia que Suzy no me gustaba, era algo más fuerte que las palabras. Me sacó de mis casillas que ella no fuera capaz de luchar por lo que deseaba, y más si todavía no comenzábamos algo.

– ¿Crees que yo, acabaría con alguien como tú? –me exalté– Nunca ha sucedido nada entre nosotros. Sólo eres una más del montón. Qué mal que te gusté pues tú a mí no –Claro que Suzy no me gustaba, eso jamás causaría este dolor.

Ella cabeceó levemente su cabeza. Al término, se sostuvo el mechón que siempre estorba su rostro; en sus ojos se notaba el sufrimiento. Fijó la vista, y pareciese que quisiera decirme miles de cosas. No capté que siempre ha tenido una cara de tristeza. ¿Asintió? No, era más como una respetuosa inclinación de cabeza.

– Fue bonito conocerte ─

Se dio la media vuelta, y se fue corriendo con destino desconocido. Su cabello brillante, largo y despeinado a comparación con las mujeres plásticas que lo matan con la plancha, se movía de lado a lado por su espalda baja. Suzy camina moviendo sus caderas, y como si corriera para alcanzar el cielo.
Aún si vivimos en mundos diferentes, si no pensamos lo mismo, y nunca la pueda tocar, Suzy sería aquella que recurrió a un grato sentimiento, para hacerme feliz por un instante.




Comentarios personales: Para ti de mí♥

¿Y si digo que volví…?

¿Y si digo que volví…? Alguna vez lo dije y lo repito: el tiempo sin duda pasa a gran velocidad. No estoy precisamente segura que hay...